La siembra es uno de los principales momentos para el agricultor. La calidad de la ejecución de esta etapa, o sea, los errores y aciertos, interfiere directamente en los resultados de la cosecha. Por ello, la siembra necesita estar bien planeada.

Para que el productor pueda aprovechar al máximo los recursos del suelo, para un buen desarrollo del cultivo elegido, lo primero es conocer el terreno. Ya que este cuenta con las condiciones físicas, químicas y biológicas para una germinación de calidad, para el excelente crecimiento de las plantas y para el desarrollo radicular.

Sin embargo, el suelo de una misma parcela puede tener diferentes características y es en este punto que entran las primeras técnicas de agricultura de precisión: los análisis de suelo. Sea por muestreo de suelo con análisis en laboratorio o usando tecnologías más modernas, como la lectura de la conductividad eléctrica hecha por el Veris de Stara, para muestreo posterior. Esta etapa es importante porque ayuda a definir las zonas de manejo.

Las zonas de manejo sugieren áreas en que se tiene baja, mediana o alta productividad y saberlo es fundamental para planear la siembra. Como el suelo no es homogéneo, tampoco se recomienda usar la misma población de plantas en toda la parcela. Según datos del Projeto Aquarius, por ejemplo en el cultivo del maíz, para aprovechar el potencial productivo de las zonas de alta productividad, se recomienda aumentar la población de plantas y, en las zonas de baja productividad, disminuirla. Por otro lado, en el cultivo de soya, se recomienda usar una población de plantas menor en la zona de alta productividad.

Con la siembra con tasa variable basada en las zonas de manejo, respetando la ventana de siembra y aprovechando las mejores condiciones del suelo, el productor mejora las inversiones en semillas y fertilizante y da el primer paso para una cosecha más rentable.